Tengo
el sumo placer de incluir en este blog una serie de entregas sobre
arquitectura mexicana. A través de miles de años la arquitectura
mexicana ha logrado destacarse por su calidad, colorido y belleza. Para
este fin, cuento con el invalorable aporte del arquitecto Francisco Pérez Vilchis* quien, ha tenido la gentileza de compartir sus ideas y conocimientos sobre este fascinante tema.
1.- PROLOGO
Son innumerables las ocasiones
en las que se habla de la cultura mexicana sin mencionar siquiera a la
arquitectura. La aberración no puede ser mayor: la arquitectura no es
sólo la más conspicua de las artes,
aquélla de la que nadie puede sustraerse; es la que
conforma con mayor claridad uno de los rostros de determinado grupo
humano y tiempo histórico, la que define con mayor contundencia la
identidad del hogar colectivo: en el caso particular de México. Además
de todo eso, la arquitectura ha sido un fiel espejo de nuestras
pasiones, contradicciones y búsquedas, de nuestras auto-traiciones y
aciertos, de nuestras más nobles pesquisas
intelectuales y nuestras más flagrantes injusticias sociales. La
arquitectura a lo largo de la historia -desde la precolombina, hasta la
que hoy mira con ilusión el inicio de un nuevo siglo, ha sido una de las
manifestaciones más ricas, fascinantes y representativas de nuestra
cultura nacional.
Lo que intenta este sencillo texto, es una breve
radiografía arquitectónica que nos permita ver de manera simple, la
arquitectura del México antiguo, al México reciente. En ella podremos
reconocer la grandeza y perfección de lo construido en la era
precolombina, a nuestra proclividad por los modelos extranjeros, los
paradigmas con que nos siguen deslumbrando los imperios y nuestras
ininterrumpidas colonizaciones, lo mismo que las luchas, no siempre bien
encaminadas, por descubrir, inventar o forjar lo que verdaderamente
somos, por preservarlo y hacerlo florecer. Veremos aparecer diversos
proyectos de nación que han tenido los regímenes en turno, y los que
grupos privados, crecientemente fuertes y protagónicos, han ido
introduciendo entre nosotros. Estarán aquí presentes los caprichos de
tantos funcionarios que conciben las magnas obras como monumentos al
sistema y a sí mismos, y la labor silenciosa de grupos marginados que,
acumulando lo que van pudiendo, han construido (o amontonado) sectores
ya amplísimos de nuestras ciudades.
Esta mezcla de ingenio,
grandeza, monumentalidad, autoafirmación y xenofilia, esta combinación
de ingenio técnico, voluntad creadora y hondura cultural, este amasijo
de complicidad y corrupción, con la puesta en marcha de hidalgas
cruzadas personales y colectivas, este engendro de profundas
convicciones, arbitrariedades, de necedad, de vulgar economía, y talento
claro, esta amalgama contra-natura de frivolidad y poesía, han dado
como resultado el producto notable que es la arquitectura mexicana.
Nuestra
buena arquitectura no ha pasado su historia en un mundo de exquisiteces
y embelesos. Ha sido militante de las mejores causas, de nobles luchas
sociales y reivindicaciones artísticas. Ha aprendido de la experiencia
ajena, ha reflexionado mucho, ha creído en su lugar como parte y
constructora del futuro nacional.
Podremos sorprendernos al saber
que al día de hoy, no hemos sido capaces de conocer quiénes fueron los
verdaderos constructores de Teotihuacán. También podremos comprender
hasta qué punto el porfiriato, sentó las bases firmes sobre lo que hemos
edificado después y cuáles fueron las razones profundas por las que
limpias inteligencias pugnaron por resucitar – equivocadamente para mí,
la arquitectura de nuestros ancestros prehispánicos y coloniales.
(Tendencia esta última que, degradada hasta el fondo, prospera todavía
en nuestros tiempos) Quien solo de un vistazo a las ilustraciones,
ignorará las batallas por convertir la razón arquitectónica en
instrumento de equidad social. La admirable tenacidad de nuestros
heterodoxos y la forma en la que México ha estado a la vanguardia de la
tecnología constructiva en el mundo, desde hace muchos siglos.
Otra
sorpresa que se llevará el lector, será la de comprobar que en la
arquitectura el centralismo ha sido menos fatal que en otros campos, y
que artistas de todo el país, han hecho aportaciones trascendentes.
Podremos preguntarnos: ¿Existe de verdad, o ha existido, una
arquitectura mexicana? Pienso que sí, tanto como han existido una
pintura, o una escultura mexicana, aunque obviamente con modalidades
propias. A pesar de que todas las grandes corrientes universales han
tenido en México seguidores, en sus mejores ejemplos no se han realizado
simples transcripciones, sino interpretaciones con una distinta
sensibilidad y desde la cultura nuestra, adecuándose además a las
condiciones climáticas, tecnológicas y económicas de esta realidad. El
uso del color, por ejemplo, o la voluntad pertinaz de contar con el
aporte de la pintura y -en grado menor- de la escultura, o un
tratamiento de los espacios abiertos singular y cargado de alusiones, o
la combinación de texturas y materiales disímiles, son señas
definitorias, elementos que retoman y renuevan una tradición y legitiman
aportaciones al mundo.
Además están quienes han recogido la
herencia popular, de nuestras regiones y la han reinterpretado con una
sabiduría y una fuerza creadora que en México han sido particularmente
exitosas. En los grandes momentos de nuestra arquitectura ha existido la
convicción, por parte de quienes la hacen y quienes la patrocinan, de
que no se trata nada más de resolver y resolver bien problemas de uso,
sino de hacer ciudad. De construir cultura, de fraguar identidad, y de
darle mediante ese trabajo, existencia tangible a una abstracción
llamada México.
A pesar de los grandes ejemplos precolombinos, la
arquitectura tradicional ha sido capaz de levantar notables edificios y
conjuntos de estos; pero no ha sido capaz de preservar ni crear
ciudades armónicas. Con muy pocas excepciones –por lo común, solo en
aquellas en las que el pasado sobrevive y en las que la arquitectura de
hoy ha intervenido limitadamente. Nuestras urbes, mayores y pequeñas son
ya verdaderos pozos de fealdad desorden e incoherencia, la falta de
verdaderos controles edilicios, la aplicación laxa de leyes y
reglamentos, la sumisión ante los poderosos, la enajenación del mercado,
el individualismo exhibicionista de muchos profesionistas, y sobre
todo, la falta de compromiso y talento, han consumado el desastre. Las
intervenciones de arquitectos “modernos”, en ámbitos ó en edificios
históricos –en las que yo tengo tanta fe, han sido la mayoría de las
veces desafortunadas, cuando no, francamente destructivas.
Por si
todo esto fuera poco, comúnmente nuestra arquitectura y nuestro
urbanismo ni han respetado a la naturaleza, ni han sabido sacar provecho
a sus múltiples dones. Igualmente se ha desarrollado una arquitectura
“prestigiosa” que solo parece ser capaz de buenos logros, cuando tiene a
su disposición caudales de recursos ilimitados, violentando la
dimensión ética y social de su quehacer.
Así, la arquitectura
mexicana, también ha cometido errores gordos, sin mencionar la
aplicación extra lógica y servil de modas espurias. Por esas y otras
culpas, han pagado justos por pecadores: El asolamiento y adulteración
de los productos arquitectónicos de nuestro siglo, incluso en sus
ejemplos más destacados, se ha producido extensamente ante nuestra
mirada indiferente. La primera víctima del desprecio fue la arquitectura
precolombina, vista por el conquistador como enemigo a vencer, para
imponer –de manera literal, la representación de su imperio. Otra
víctima significativa fue la arquitectura porfiriana, vista por muchos
como algo abominable, como un producto desnacionalizante de una era
políticamente maldita, edificios de “mal gusto" que convenía quitarnos
de encima. De Mérida a Guadalajara y a la ciudad de México, barrios
enteros cuya única falta, cuyo único “pecado” era el reflejar el clima
de su momento, fueron destrozados para abrir paso a la nada, fracturando
gravísimamente la continuidad de nuestro legado. Pero no sólo esa
arquitectura ha sido diezmada: la especulación inmobiliaria y los
proyectos de "urbanismo político" han acabado con verdaderos tesoros más
recientes, y la ignorancia, la soberbia y la estulticia han desfigurado
a muchos otros.
En estas tierras desasosegadas, la naturaleza ha
sido también implacable devastadora: ciclones e inundaciones, y sobre
todo terremotos, han echado abajo edificios cuyas excelencias estéticas y
funcionales eran, por lo visto, mayores que sus virtudes constructivas.
Particularmente, el macro-sismo de 1985 en la ciudad de México demolió o
dañó sin remedio piezas clave de nuestro acontecer arquitectónico y
cultural. Y la oportunidad irrepetible de enderezar ciertas áreas de la
capital a partir del estragamiento, no fue aprovechada cabalmente.
Este
escrito nace con tres propósitos: primero, el de desagraviar a una
actividad crecientemente vista con el más chato pragmatismo, y que por
el contrario constituye, como dije al principio, un precioso,
contradictorio, complejísimo y apasionante testimonio de la vitalidad de
nuestra cultura; segundo, intentar una lectura fresca de la
arquitectura mexicana, mediante un acercamiento crítico y
desprejuiciado a ella, y tercero, poner en su lugar a épocas,
tendencias, áreas geográficas para un fácil acercamiento. Es claro que
estos propósitos se lograron sólo en parte: habrá que proseguir la
tarea. También, reconocemos que nos hemos establecido poco espacio:
prácticamente todos los capítulos, los apéndices e incluso las viñetas
con los que se arma este escrito, tienen sustancia para convertirse en
largos ensayos por sí solos; confío en que aparecerá quién los realice.
Universidad Nacional de México
A
veces pienso que éste es un escrito ambicioso en exceso: no se ha
querido dejar afuera casi nada. Sin embargo, es tan vasta la riqueza y
tan grandes y abundantes los espacios por llenar, que la ambición
imposible se comprende. Y ahora, una simple aclaración: Jamás se pensó
en este ensayo como: La obra definitiva, como la interpretación final y
totalizadora: eso no existe para las cosas vivas. Aquí se expone, tan
sólo, un escrutinio hecho de manera simple y de buena fe, desde mi
óptica particular. Espero que vengan nuevos aportes que amplíen nuestras
perspectivas, enriquezcan nuestros análisis, e incorporen elementos
valiosos que pudiesen ser injustamente olvidados.
Para quienes han
hecho posibles los grandes valores de nuestra arquitectura, este
sencillo escrito es un reconocimiento y un homenaje. Para quienes han
propiciado sus defectos, descuidado y deformado a nuestras ciudades;
para quienes se han mostrado incapaces de atajar la miseria que ha
puesto a la arquitectura fuera del alcance de mayorías que no menguan,
es una inculpación y una querella. Para los que en el futuro tengan en
sus manos nuestra casa común, y levanten los edificios dentro de los que
-o entre los cuales- discurrirá la vida de todos nosotros, es un
recordatorio de que tienen allí, indeclinable, un compromiso con la
historia, con la imaginación, con las raíces y el porvenir, con la
justicia y la verdad, con la cultura, la sociedad y la naturaleza.
Ojalá
que nuestra arquitectura logre aportar lo suyo para la construcción de
un México mejor, sin perder sus enormes raíces y ricas tradiciones, una
expresión que nos distinga del mundo, que tenga vida y que siga siendo
México. Ojalá que, a su vez, nosotros sepamos agradecer a esta
arquitectura, a este noble oficio, lo mucho que ya le debemos.
* Francisco Pérez Vilchis, arquitecto graduado por la
UNAM, ha colaborado para varios de los despachos más importantes de
arquitectura en México. Ha participado en múltiples obras, y ha sido
galardonado como ganador de la I Bienal de Arquitectura 1998, en las
categorías de Arquitectura Industrial y Edificación Diversa. En 2006
construye al lado del Arq. Ricardo Legorreta Vilchis, el Hotel “La
Purificadora” en Puebla, obra premiada a nivel internacional; Desde 2006
tiene participación directa en diversos proyectos en Phoenix Arizona
E.U. Realiza en 2009, su primer proyecto para una tienda minorista en
Brasil; En 2011 obtiene la Certificación Internacional APEC. En 2012
formaliza operaciones en Brasil, dirigiendo la empresa Zcala Brasil
Arquitetura LTDA con sede en Porto Alegre. Desde 1993 está al frente de
la empresa. Es miembro de la FECARM (Federación de Colegios de
Arquitectos de la Republica Mexicana) miembro AIA (American Institute of
Architects) y miembro UIA (International Union of Architects).