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30 diciembre, 2014

ARQUITECTURA TRASCENDENTE: TRES EXPERIENCIAS (I)

Vivimos entre objetos, nos movemos por espacios construidos, el mundo se manifiesta a través de ellos y erigimos nuestra realidad por una suerte de recomposición de fragmentos de la información percibida e interpretada. La arquitectura no es pues solo cobijo para nuestro cuerpo, es muchas veces tamiz a través del cual el orden que rige el universo se hace presente. Orden que es percibido, luego relacionado y finalmente transformado en significados individuales y colectivos. Siempre fue así y así estuvo bien.

Habituados hoy en día a  permanecer cada vez más en espacios virtuales, satisfechos con imágenes fáciles, presurosos en distinguir nuestras preferencias con un “like it”, reconocemos cada vez menos la función reveladora de la arquitectura, o en todo caso seleccionamos la información más superficial y útil en la medida que nos permita permanecer en espacios supuestamente confortables, haciendo todo ello caldo de cultivo para que germine una arquitectura mediática que esconde tras epidérmicos alardes formales la monotonía de la producción estandarizada y la falta de atención a lo que el contexto le demanda. 

Tres arquitectos que comparten estas preocupaciones se reúnen en un café arequipeño y acuerdan hacer un post a seis manos (utilizando el teclado del ordenador, claro está) Cada uno con blog propio se reconocen también  habitués de espacios virtuales, sin embargo se animan a echar un cable a tierra y anclar en experiencias vividas en que la arquitectura trascendió lo cotidiano y que de alguna u otra manera influyó en su manera de percibir el mundo o tal vez de reconocerse a sí mismos. Saben del peligro de su empresa, pues es probable que en el intento de descodificación parte de la magia que habita en su memoria sea alterada al reconocer la lógica del mecanismo, pero asumen el riesgo. Tienen la esperanza que a través de estas experiencias animen a más gente a contar las suyas y así colaborar, aunque sea en algo a poner la arquitectura en el lugar que le corresponde.

 Cristina Dreifuss                                                        Gonzalo Ríos                          Carlos Zeballos

Experiencia 1.0
La casa Hundertwasser
Cristina Dreifuss  

Lo huachafo en la arquitectura limeña 
Divagaciones y Arquitectura


Los arquitectos, con mucha frecuencia, dividimos nuestra vida en antes y después de nuestro paso por la facultad. Imagino que lo mismo debe pasar con otras profesiones; la formación profesional no sólo nos da habilidades y conocimientos, sino que nos enseña a ver con otros ojos. Es por eso que hablar de una experiencia trascendente de la arquitectura en términos pre-arquitectónicos se vuelve un reto.

Conocí la “Casa Hundertwasser” un año antes de entrar a la facultad, en ese período en el que uno anda madurando y preguntándose una serie de cosas, trascendentales en sí mismas. En medio de un recorrido turístico lleno de dorados y barroco vienés, terminamos en esa  esquina de Kegelgasse donde parecería que alguien dejó libre acción a un lunático.



El edificio, un multifamiliar, es un manifiesto. No hay una sola línea recta (“la línea recta conduce a la perdición”, diría su autor, el pintor F. Hundertwasser). Cada unidad de habitación es de un color distinto, con lo que la imagen final es la de una especie de colcha de parches, salpicada de ventanas desordenadas. El primer piso se apoya en columnas distintas, algunas chuecas, forradas con materiales de reciclaje, cuyo brillo contrastaba con el cielo.
La rápida visita exterior – porque nunca llegué a entrar a una de estas viviendas – me enseñó sobre la libertad de expresión, sobre la economía de recursos, sobre la creatividad y el uso libre de colores y formas, sobre el cuestionamiento de estereotipos establecidos, y sobre todo, que la arquitectura es una profesión al servicio de las personas y que su objetivo es la felicidad. Fue ahí que decidí que eso es lo que quería hacer.


Años después, luego de sustentar mi tesis de grado, volví al sitio. En el fondo, quería comprobar si efectivamente la magia seguía ahí. El edificio fue tan impresionante como la primera vez y, de algún modo, era como si algún tío mayor y buena gente me guiñara el ojo y me asegurara que no me estaba equivocando. 





Experiencia 2.0
Habitando un relicario:
La Sainte Chapelle de Paris,  Febrero de 2014, 
Gonzalo Ríos, Trampantojo

Resultaba poco menos que iluso aspirar a tener una experiencia de mediana trascendencia en un ambiente en donde todo confluía para no conseguirla.  La preciosa capilla gótica en donde Luis IX de Francia, el santo,  pasó gran parte de su vida contemplando las reliquias que adquirió de la pasión de Cristo, era poco menos que profanada por una horda de turistas en busca del espectáculo banal que probablemente el día anterior lo vivieron  en Euro Disney y estaban ansiosos de replicarlo. Los guías atentos y acomedidos con su público se transformaban en bufones solazándose  en la anécdota histriónica para conseguir la risa fácil que seguramente se vería recompensada con un reconocimiento monetario final.

Vistas exteriores de la Sainte Chapelle. La masividad del nivel de acceso contrasta la ligereza del nivel superior en donde prima la transparencia de los vitrales 
Fotos: Eric Rougier

Nada de góticos radiantes, nada de explicar cómo es que se logró desmaterializar los muros opacos casi en su totalidad, reduciéndolos a estilizados haces de baquetones que se separaban hasta convertirse en la frágil estructura de una bóveda azul que parece levitar sobre vitrales pareados. No eso no era importante. Tampoco lo era la historia del pobre Luis IX, tan criticado por gastarse media fortuna en comprar a Bolduino II de Constantinopla  la corona de espinas, un pedazo de la cruz, el hierro de la lanza y la esponja del martirio de Cristo y la otra media en la construcción de esa capilla cuyo destino era convertirse en un enorme relicario en donde el monarca pasaría en estado de contemplación días enteros descuidando seguramente las funciones propias de su cargo. No, de eso nada. El espacio era de una belleza suprema y estaba agradecido, sin embargo el entorno hostil era superior a mis ganas de intentar una reflexión más profunda sobre la estética o la historia.

Vistas Interiores del actual nivel de acceso, en donde se anclan las estructuras que hacen posible la levedad del nivel superior.

Fotos: Eric Rougier


Dispuesto ya a abandonar la capilla el nublado clima invernal parisino disipó por unos instantes sus nubes y dio paso a un rayo de luz que penetro al ambiente atravesando los coloridos vitrales, convirtiendo esta inicial luz blanca en una emulsión de rojos y azules que inundándolo todo propiciaron una atmósfera en donde cualquier hecho físico, inanimado o vivo, pareció inmaterial y perteneciente a una misma substancia. Por unos breves segundos todo pareció detenerse, paralizarse; el silencio del entorno hostil superficialmente conmovido, al menos por el breve instante que duró el fenómeno, intensificó la impresión de cohesión.

Vistas Interiores del nivel superior, máximo exponente del gótico radiante francés con la desmaterialización casi total de los muros en favor de los vitrales.
Fotos: Eric Rougier


Este espacio místico, banalizado por el uso,  lo había vuelto a lograr. Pese a lo efímero del fenómeno, o tal vez por ello, se me revelaron estructuras normalmente no visibles del mundo, poniéndome en sintonía con el orden profundo de las cosas a la que todos estamos sujetos, y también en sincronía con mis eventuales acompañantes y hasta con el mismo Luis IX, él desde el siglo XIII y yo desde el XXI  entendiendo y dando significado a un fenómeno revelador propiciado por la arquitectura.






Experiencia 3.0
Hipérbole simbólica:
Asamblea legislativa de Chandigarh, India,  Mayo de 2007, 
Carlos Zeballos, Mi Moleskine Arquitectónico


Monumental. Así me pareció la escala del Capitolio de Chandigarh. Aquel lugar transmitía una sensación de poder magno, casi megalómano. Estaba hecho para impresionar, aunque parecía no haberse preocupado en dar cabida al ser humano. En aquella calurosa mañana de primavera india, hubiera sido muy acogedor sentarse bajo un árbol pero aquella banalidad hubiera interferido con la colosal perspectiva del espacio, algo con lo que el arquitecto suizo no estaba dispuesto a transigir.


Salvo indicación, todas las fotografías pertenecen a Carlos Zeballos Velarde


Aún así, me sentía agradecido por estar parado por primera vez frente a una obra del gran maestro Le Corbusier y de poder disfrutarla enmarcada por los Himalayas que se perfilan como telón de fondo hacia el este. Antes sólo había visto reproducciones en blanco y negro así que era una experiencia estar parado ahí apreciando la monumentalidad del Capitolio, la solidez de sus volúmenes, la aspereza y plasticidad del concreto armado y respirar la pasión por el diseño que el maestro suizo supo traducir en esta obra, desde su trazo urbano hasta la concepción de sus murales y alfombras.

Había llegado allí con un pariente de un amigo al que conocí por internet , y que luego de mostrarme de lejos el complejo, se dispuso a regresar al centro de la ciudad. Cuando le insistí en aproximarnos, me dijo nerviosamente que era complicado, y que había que pedir un permiso especial que duraba un día conseguirlo. Pude entender su turbación, ya que Chandigarh se encuentra cerca de la frontera con Pakistán, en una zona muy tensa y donde no se escatiman las medidas de seguridad.




Pero no iba a rendirme así no más. Fui a obtener el permiso a un par de oficinas y la reticencia inicial de los oficiales se convirtió poco a poco en eficaz colaboración. “Soy un arquitecto, vengo de Perú, un país pacífico” le dije, convincente (aunque hubiera sido más exacto decir “un país en el Pacífico”). “Sí, lo sabemos”, replicaron con severidad, y en ese momento comprendí que ellos no tenían la más mínima idea de dónde quedaba Perú. Sin embargo, halagados ante la presencia de un visitante tan exótico, no dudaron en otorgarme el permiso además de muchos souvenirs e información sobre la ciudad.

Al día siguiente me encontraba de nuevo en el Capitolio, con sus tres simbólicas construcciones: la secretaría, el Palacio de la Asamblea Legislativa y la Corte Superior de Justicia. De todos los elementos del conjunto, fue el Palais de l’Asambleé el edificio que más llamó mi atención, por su matemática grilla de brise-soleil, imprescindible en aquel tórrido clima y su fotogénica fachada sur reflejándose en un espejo de agua.




La grilla aligeraba la fachada de esa caja rectangular, sobre el cual asomaba principalmente el gran volumen de una cáscara hiperbólica truncada, una figura escultórica cuya inspiración proviene de chimeneas industriales.
Habría de recorrerlo custodiado por un soldado armado con un fusil automático y la seguridad era particularmente estricta.
Ingresamos al edificio, adornado con murales diseñados por el propio Le Corbusier, que no había descuidado detalles en el momento de su gran obra.


Al interior, la luz se filtraba indirectamente por los brise-soleil y daba un efecto de profundidad a aquella sala hipóstila, reminiscente de los templos clásicos que el maestro había admirado en su viaje de descubrimiento por Grecia.

En medio de aquella trama de columnas emergía, como un volcán impetuoso, el volumen de la asamblea.

Izquierda y centro, Fotos cortesía de Fondation Le Corbusier. Derecha, foto Carlos Zeballos

Entonces, nos acercamos a la cámara legislativa, que por suerte se hallaba en receso y podía ser visitada. Ni los libros sobre el maestro suizo ni los tratados sobre arquitectura moderna, nada podría haberme preparado para aquella impresión. El espacio, moldeado en aquella cáscara de apenas 15 cm de espesor, se alzaba monumental sobre los asientos tapizados de los legisladores. La sección truncada con la que culminaba la hipérbole acentuaba su direccionalidad y su geometría favorecía la acústica. La estatura del espacio obedecía también a fines climáticos, ya que permite la circulación de aire por conducción.

Pero aquél no parecía un espacio cívico, sino uno sacro. La luz filtrándose indirectamente producía un efecto espiritual que volvería a encontrar algunos años después en la capilla hecha por Le Corbusier en Ronchamp. Sin embargo, a diferencia de las paredes blancas de aquella, la epidermis de concreto de la sala se hallaba cubierta por coloridas láminas de aluminio, que como una infección reptaban produciendo manchas de color.

Fotos cortesía de The Tribune

Era un momento sublime, que no parecía ser compartido por el cancerbero que me acompañaba, quien insistía en que las fotografías estaban estrictamente prohibidas. Traté de impregnar en mi memoria cada detalle de aquel momento sabiendo que probablemente esta experiencia no se repetiría. Traté de respirar al máximo ese espacio bello, magno, dramático. Pero en aquel momento, un gesto poco amigable del soldado me indicó que la visita había acabado.



05 agosto, 2010

OBSERVATORIO DE JANTAR MANTAR, INDIA


Jantar Mantar es el observatorio solar más grande del mundo que aún se utiliza en la actualidad, ubicado en Jaipur, en Rajastán, a unos 200 km al sur de Delhi. Pero es sobre todo una extraordinaria combinación de belleza arquitectónica de estilo mogol, de impresionante precisión astronómica para su época y de un simbolismo mágico-religioso aún vigente. En realidad, el trinomio arquitectura-ciencia-religión, es ya poco usual en nuestros días.


SOBRE JAIPUR

Al inicio del siglo XVIII el imperio mogol, responsable de algunas de las creaciones más sublimes de la arquitectura en India, como el Taj Mahal, estaba en decadencia y luchaba por mantener su hegemonía ante los voraces apetitos portugueses, holandeses, franceses y británicos. Es así que aparece el Maharajá Jai Singh II, guerrero y además astrónomo, quien aliándose con los mogoles, obtuvo el control o de Rajastán.

Basándose en las normas del antiguo tratado religioso hindú de arquitectura Shilpa-Shastra, Jaipur fue trazada en manzanas rectangulares en siete sectores, representando las castas de la sociedad. En el centro de ellas, el lugar más sagrado, se encuentra el palacio y junto a él, en lugar de el templo que estipulaba el tratado, se ubica el Jantar Mantar.


Por ese motivo Jaipur fue la primera ciudad planificada de la India, antecediendo en más de dos siglos a la Chandigarh de Le Corbusier. Pero no se deje confundir por este hecho; a diferencia de la ciudad corbuseriana, es una aventura movilizarse en Jaipur, por cuyas contaminadas calles transitan miles de mototaxis fanáticos de la bocina, pausados y sobrecargados camellos, multitudes de personas que no se enteraron que las veredas son para los transeúntes y alguna que otra vaca sagrada que se le ocurrió descansar plácidamente en medio de la pista.


Aún así la ciudad contiene verdaderas joyas de arquitectura Mogol, como el Palacio de los Vientos, que espero reseñar en un futuro en este moleskine.


Además, me llamó la atención descubrir que la ciudad se halle pintada de color rosa, y es que en 1876 el Maharajá Ram Singh la pintó de ese color, símbolo de hospitalidad, para recibir al Príncipe de Gales, el futuro Rey Eduardo VII de Inglaterra.


Es pues una interesante tradición en el norte de la India el identificar a las ciudades por un color, como el azul en Jodhpur y el amarillo en Jaisalmer.

JANTAR MANTAR

Su nombre deriva del sánscrito Yantra (instrumento) y Mantra (magia).


La pasión de Jai Singh II por la astronomía lo llevó a construir 5 observatorios en India: Delhi, Ujjain, Mathura (completamente destruido), Varanasi y Jaipur, siendo éste último el más grande de todos.

Jantar Mantar de Nueva Delhi

El Jantar Mantar de Jaipur fue construido entre 1727 y 1733 y contiene 14 construcciones de diverso tamaño, y cada una con instrumentos y escalas astronómicas, diseñados por el propio Jai Singh.


Estas estructuras, llamadas gnomones, eran usadas para medir el tiempo, predecir eclipses, estudiar las estrellas, la posición de los planetas, las altitudes celestes y sus efemérides relativas.


Los instrumentos fueron diseñados en gran tamaño para asegurar una extraordinaria precisión, razón por la cual también fueron construidos de mármol y piedra, a los que se adicionaron planchas de bronce.


No obstante el observatorio adolece de ciertos problemas. Obviamente los días nublados no permiten una lectura clara, y además algunas estructuras se han hundido por mala cimentación, afectando su alineación. También es necesario recordar que, dado el enorme tamaño de la India, la hora local de Jaipur no es necesariamente la misma que la hora oficial del país.


Cabe destacar que los indios no conocían el telescopio, que había sido inventado por Galileo Galilei más de un siglo antes.


Pero además de su carácter científico tiene también un significado religioso, ya que los astrónomos Indios eran también sacerdotes.


Astronomía y astrología compartían importancia en la sociedad, tanto para predecir el tiempo más favorable para la agricultura (crucial en una región desértica) como para avizorar el futuro de las personas basándose en referencias zodiacales.


Los instrumentos más importantes son el Samrat Yantra, el Jai Pakrash Yantra y el Ram Yantra.

SAMRAT YANTRA

El llamado Samrat Yantra (instrumento supremo) es el reloj solar hecho de piedra más grande del mundo, con una altura de 27 m, un ángulo de 27 grados (la latitud de Jaipur) y su dirección que apunta exactamente al Polo Norte Celestial.


Se halla coronada por una pequeña cúpula o chatri, utilizada para anunciar los eclipses y el final de los monzones tropicales. Su tamaño es tan grande que es posible ver a simple vista el desplazamiento de la sombra, alrededor de 1 mm por segundo, es decir 6cm (o el ancho de la mano) por minuto. La precisión de este instrumento es de 2 segundos.

Esta vista normalmente está cerrada a los visitantes, sólo para el Maharaja y los sacerdotes. Pude tomar la foto porque la estructura estaba en restauración.

"El objetivo primordial de un Samrat es indicar la hora solar aparente de un lugar. En un día claro, mientras el sol viaja de Este a Oeste, la sombra del gnomon Samrat discurre por escalas del cuadrante que se ubica abajo, el cual indica la hora según el borde de la sombra en un momento determinado. Para obtener la hora con el instrumento durante la noche, se debe saber la hora del tránsito meridiano de una estrella prominente. Esto puede ser observado con las tablas apropiadas o calculado a través del conocimiento que una estrella regresa al meridiano luego de 23 horas, 56 minutos y 4.09 segundos, la longitud de un día sideral. La hora en la noche es medida observando el ángulo de la estrella con su meridiano, y traducida luego a la hora solar."
Barry Perlus


El monumento fue sujeto recientemente de una restauración.


JAI PRAKASH YANTRA
Estos instrumentos son realmente inusuales. Se trata de dos pozas semiesféricas de 5.4 m de diámetro recubiertas de mármol, reflejando el mapa astral. Se les ha practicado complejas hendiduras, para que los estudiosos puedan desplazarse libremente a través de ellas.


Las estructuras son idénticas pero en negativo, las hendiduras en la una corresponden a los sólidos en la otra, complementándose mutuamente. La singular forma era tan exacta que se dice servía para calibrar los demás instrumentos del conjunto.


RAM YANTRA

Estas estructuras cilíndricas, construidas en parejas complementarias como el Jai Prakash Yantra, tienen la función de medir el azimuth y la altitud de los cuerpos celestes incluyendo al sol. Este es un instrumento muy original, ya que no existen referencias previas en la arquitectura islámica o hindú antes de su creación.

Foto cortesía de Mr. Prudence.
***

Debido a que son un ejemplo único de mezcla entre ciencia y religión en forma de arquitectura monumental para facilitar la , mostrando nuevas ideas en arquitectura, planeamiento urbano y medición de los astros, y a que son un emblema de la ciencia y tecnología India pre colonial del siglo XVIII, los monumentos del Jantar Mantar están considerados en la lista tentativa de Patrimonio Mundial de la UNESCO.


VER TAMBIÉN
- ARQUITECTURA ISLÁMICA